El músculo y el cáncer

La revista New England Journal of Medicine está considerada por todos los médicos que la conocen como la biblia de la medicina. El 1 de septiembre de 2016 se publicó en ella un artículo con un título extremadamente sugerente: “Muscling Cancer” – Muscular el cáncer-. En él, dos autores españoles detallaban cómo el ejercicio físico no solo disminuye el riesgo de padecer cáncer sino que tendría que convertirse también en un arma más frente a los tumores malignos con la misma importancia que tiene la cirugía la quimioterapia y la radioterapia.

Los músculos, cuando trabajan duro, generan moléculas específicas -llamadas mioquinas- que tienen de por sí efectos antiproliferativos y antiinflamatorios que pueden actuar frente a las células malignas. Hay estudios recientes que concluyen que la “pareja” formada por las mioquinas que liberan los músculos activados, junto a la adrenalina que circula por la sangre cuando se hace un esfuerzo, es un compuesto (la han bautizado con el nombre de oncoestatina) que potencia elementos de nuestro sistema inmune llamados linfocitos “asesinos”. Y estos killer lymphocites, como se conocen en biomedicina, son elementos claves para controlar las células malignas.

De hecho, uno de los mayores avances frente al cáncer en la última década ha sido la aparición de fármacos que abren la coraza con la que los cánceres avanzados se protegen del sistema inmune para que éste, sin esa barrera perversa que construyen los tumores, destruya al enemigo. Y dado que el ejercicio físico, reglado y frecuente, mejora la inmunidad de una manera clara, la práctica del mismo deberá incorporarse a la estrategia oncológica con la misma categoría como la que tienen ahora los fármacos, el quirófano o el acelerador lineal de la radioterapia.

Hay un estudio sueco que ha probado en ratones la excelencia del ejercicio físico. Los científicos pusieron a correr en una mini rueda infinita a un grupo de roedores varias horas al día durante seis semanas mientras un número similar de ratones seguían haciendo su vida habitual. A todos, pasado el mes y medio de experimentación, se les inyectaron células cancerosas humanas. La diferencia en la supervivencia al cabo de algún tiempo entre los ratones deportistas y los sendentarios fue abrumadoramente superior a favor de los primeros.

Más temprano que tarde, el término oncostatina calará en los círculos biomédicos y luego en los pacientes y en la sociedad en general. Sudar la camiseta seguirá cosechando triunfos a la hora de promover la salud, prevenir enfermedades y hasta tratarlas cuando nos toque padecerlas. Incluso en patologías tan serias como lo es el cáncer.