El cuarto motor
Imagine lectora que un viaje a través de un cáncer de mama hay que hacerlo en avión. Será un trayecto largo, y -a pesar de lo que mucha gente cree- en un elevado porcentaje de las veces puede que no sea tan duro como nos lo tememos. Sabemos que al principio tendremos turbulencias, seguro, puesto que el despegue suele ser complicado y para levantar el vuelo hay que poner en marcha al menos tres motores (la cirugía, la quimioterapia y casi siempre la radioterapia) y que uno tras de otro agitan el avión que nos transporta.
Sin embargo, los largos viajes por aire en aparatos de solo tres motores se han quedado obsoletos. Aquellos DC-10 o MD11 , incluso el mítico B-727, ya no existen, salvo en alguna compañía de cargo. Dos motores en el ala y otro en la cola que dieron de sí en su momento con mucha dignidad pero que han sido superados por modernos aparatos con cuatro motores en las alas.
Lo mismo podríamos decir que le ha ocurrido al cáncer. Ahora para un viaje más seguro, con menos turbulencias y -sobre todo- para que sea largo, muy largo y muy tranquilo, no podemos obviar en la aventura el cuarto motor de la odisea. Y ese motor lo forma el ejercicio físico (reglado, personalizado, constante, de cierta intensidad y duradero en el tiempo), una dieta lo más parecida a la mediterránea típica, y ayudas cosméticas y psicológicas puntuales para mantener y elevar la autoestima.
Hay centenares de trabajos científicos que avalan la trascendencia del ejercicio físico para disminuir el riesgo de recaídas en el cáncer de mama. Hay también estudios que alertan del su valor frente a otros tipos de cánceres y, sobre todo, hay evidencia ya de que el cuarto motor debe ponerse en marcha en el mismo momento que enfilamos la pista de despegue. Es decir, el ejercicio físico no solo hay que tenerlo en cuenta después de la quimio, la cirugía y la radioterapia, sino antes y durante cualquier tratamiento que se inicie.
Si utilizamos un símil aeronáutico, el capitán del vuelo que vamos a emprender pondría en marcha ese motor antes que cualquier otro. Y, además, lo mantendría encendido para siempre. Al contrario que el resto del empuje mecánico, que una vez cumplida su misión, se puede apagar.
Dentro de pocos años se conocerán los resultados de los estudios clínicos en marcha -controlados- que, más allá de la abrumadora evidencia de observación que ahora tenemos, probablemente demostrarán sin género de dudas la eficacia de este hábito de vida frente al cáncer. Será entonces cuando no encender este cuarto motor desde un primer momento podrá considerarse mala práctica clínica.