El ejercicio frente al cáncer
Hay una revista científica que está en el top del ranking entre las preferidas por casi todos oncólogos. Se trata de CA Cancer Journal of Clinicians. Es el órgano oficial de la American Cancer Society.
En su número de octubre de 2019 Ca Cancer publica una extensa revisión de unos de los tópicos más interesantes en la especialidad en los últimos años. El título es provocador. “El ejercicio es medicina en oncología: cómo indicar a los clínicos que ayuden a sus paciente a llevarlo a cabo”. Tajante. Es una alerta clara de que el ejercicio físico es algo indispensable en la lucha contra la enfermedad. Algo que hay que implementar inevitablemente. De la misma manera que se ha hecho con la cirugía, la radioterapia, la quimioterapia o los tratamientos farmacológicos que se utilizan a medio y largo plazo.
Sin embargo, se sabe que el porcentaje de pacientes de cáncer que sudan la camiseta durante y después del tratamiento es aún modesto. En algunas estadísticas tan solo el 30% del total. Demasiados inactivos, por tanto, que no se benefician de la ayuda que proporciona el ejercicio físico en la lucha contra su enfermedad.
Las recomendaciones imperativas que hace a sus lectores el Cancer Journal of Clinicians se basan a su vez en una extensa revisión sobre la materia llevada a cabo -también recientemente- por el American College of Sports Medicine sobre los beneficios probados del Ejercicio físico en el cáncer.
Quince reputados especialistas en Medicina del Deporte de varias instituciones y países revisaron toda la literatura publicada hasta junio de 2018 sobre ejercicio y cáncer. Seleccionaron las 198 mejores trabajos y elaboraron un protocolo contemplando qué tipo de ejercicio deberían de hacer los pacientes oncológicos y qué beneficios se podrían esperar de su práctica regular.
Hace ya varias décadas que se están publicando trabajos sobre ejercicio y cáncer. De hecho, hay algo más de 2.500 artículos científicos sobre el tema. La frecuencia de publicaciones positivas se viene acelerando en los últimos años y existen muchos ensayos controlados, no solo estudios de observación, que apuntalan su excelencia.
La calidad de vida, la ansiedad, la depresión, el cansancio, el linfedema y las capacidades físicas se benefician de una forma marcada y probada del ejercicio físico. Son datos importantes, ya que el control de estos síntomas -muy frecuentes en los enfermos con cáncer- debería ser una piedra angular del tratamiento. La mejoría en el sueño y la salud ósea son, asimismo, otras de las ventajas del ejercicio.
Faltan aún estudios concluyentes (aunque hay varios en marcha muy bien diseñados) para concluir que el ejercicio físico también influye en la cardiotoxicidad, la polineuropatía, la función cognitiva o las caídas.
Ahora mismo hay en desarrollo alrededor de 250 estudios controlados buscando responder con rigor a las preguntas clave sobre si el ejercicio disminuye también el índice de recaídas y alarga la vida de los pacientes, algo que se presupone partiendo de los trabajos epidemiológicos. Y también por los datos que hay sobre la modulación que provoca la activación de los músculos en el sistema inmune. No todas las investigaciones programadas, por diseño, insuficiente número de pacientes o falta de recursos, llegarán a buen puerto -algo que pasa en todos los ensayos clínicos en el mundo- pero en el momento en que media docena de ellos demuestre la trascendencia de estas prácticas en la supervivencia habrá que añadirlo obligatoriamente al tratamiento.
De momento, los expertos apelan al compromiso que deben hacer los oncólogos a la hora de recomendar con insistencia la práctica del ejercicio físico. Reconocen que los cínicos no pueden implicarse en esos tratamientos de una forma directa -no hay tiempo ni formación- igual que lo hacen con las terapias clásicas. Pero sí pueden, deben, difundir el mensaje, aliarse con especialistas y fisioterapeutas -que orienten y supervisen de forma personalizada las primeras semanas de cada protocolo- además de recalcar que el ejercicio es algo más que caminar, puesto que hay que combinar tiempo de trabajo cardiovascular con resistencia- midiendo asimismo la forma física de sus pacientes con el mismo interés con el que miden la tensión arterial o los leucocitos de cada afectado. Ya es imperativo de una buena práctica. Y tiene una relación eficacia/eficiencia de primera.
Fuente: https://onlinelibrary.wiley.com/doi/pdf/10.3322/caac.21579